Octava entrega:
Cuentos de sirenas
Carlos Abraham
Selección y
Estudio Preliminar
Hacer pocos meses, se editó en
nuestra colección otra copilación preparada por Carlos Abraham: Cuentos de
sirenas, que reúne en un volumen cuentos que habitualmente no figuran en
las antologías del género fantástico. Esta antología tiene además la virtud de
incluir textos inéditos de autores argentinos.
INTRODUCCIÓN
Carlos Abraham
El mito de las sirenas[1]
es uno de los más antiguos y persistentes de la tradición occidental. Debido a
ello, tuvo numerosas transformaciones a lo largo de los siglos y de los
continentes.
En la cultura grecorromana se trataba de bellas
mujeres aladas y con escamosas garras de ave en vez de pies. Eran hijas del río
Aqueloo y de las musas Terpsícore, Melpómene, Estérope y Calíope, que no por
casualidad eran regentes de artes como la música y la poesía. Habitaban una indeterminada
isla del Mediterráneo (Sirenum Scopuli en la Eneida, Anthemusa en la Argonáutica
y Sirenusa en los Comentarios de
Eustatio). Su canto melodioso atraía irresistiblemente a los marineros, sumiéndolos
en una suerte de hipnosis, con el fin que sus barcas se despedazaran en los
escollos y de devorar sus cuerpos ahogados. La Odisea contiene su aparición más temprana y famosa, en la que
Ulises se hace atar al mástil de su barco y ordena a los tripulantes que se
sellen los oídos con cera para no escuchar el canto, con lo que consiguen
salvarse. La ávida curiosidad del héroe lo lleva a mantener sus oídos
descubiertos, pero permanece a salvo porque sus hombres no oyen sus ruegos de
libertad.
Algunos rasgos de las sirenas clásicas (el
sexo femenino, la belleza, las alas, las garras, el canto atrayente, el
carácter letal) permiten emparentarlas con las esfinges, que se diferenciaban
por no estar vinculadas con el mar, y con las arpías, que se diferenciaban por
carecer de canto. Esos tres seres revelan que el concepto griego del monstruo
femenino estaba estructurado sobre la base de la argucia atractiva y no de la
fuerza, como ocurría con monstruos masculinos como el minotauro, los centauros
o los faunos. Las sirenas seducían con el arma sutil de la belleza, atemperando
los ímpetus guerreros de sus enemigos y sometiendo su voluntad; una vez que los
tenían en ese estado vulnerable, les daban muerte. Se trata de una
simbolización de las estrategias sociales femeninas de supervivencia / dominio.
No es casual, por lo tanto, que siempre el enfrentamiento se desarrolle entre
hombres y sirenas, y no entre mujeres y sirenas.
En la cultura occidental post-medieval, la
sirena también es representada como un híbrido femenino que habita en el mar,
pero difiere en la estructura de su cuerpo, ya que es una hermosa mujer de la
cintura para arriba y un pez de la cintura para abajo. Esta clase de sirena no
tiene los tintes unívocamente negativos de la clásica. En algunas ocasiones es
benéfica con los humanos; en otras, su peligrosidad se manifiesta (como en el
caso de su predecesora) a través de la atracción generada en los sujetos
masculinos por su canto y su belleza física, lo que los lleva a la enajenación y
a la muerte. Uno de sus abordajes literarios más conocidos es el relato
"La sirenita" (1837) de Hans Christian Andersen, donde una sirena se
enamora de un humano y se somete a un hechizo para que su cola se transforme en
un par de piernas.
Esta bífida tradición suele llevar en
nuestro idioma a la confusión entre las sirenas de uno y otro ámbito cultural,
ya que se las designa con el mismo término. En cambio, el inglés emplea siren para la sirena griega y mermaid para la contemporánea. Lo mismo
ocurre con el alemán, que distingue entre Sirene
y Meerjungfrau.
Como todos los mitos longevos, las sirenas han sido objeto de continuas resemantizaciones. Cada período las ha cargado con sus propios contenidos, a fin de que expresen de modo simbólico las preocupaciones, temores, deseos e intereses que poblaban su particular cosmovisión. Si bien siempre han expresado la fascinación y el terror masculinos ante la figura femenina, debido respectivamente a la belleza y al peligro de muerte, el resto de su carga metafórica ha ido mutando. Por ejemplo, la sirena griega es una de las facetas que asume la hybris, ya que causa la muerte de los navegantes y exploradores que se aventuran más allá de las tierras conocidas. La sirena medieval y renacentista era una representación de la lujuria, no sólo por la desnudez de los pechos: la cola de pez aludía a la tentación de la serpiente edénica; la posesión de espejos y peines (adminículos con los que se las representaba constantemente en la iconografía del período), a la vanidad y a la centralización en lo físico. A fines del siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX (es decir, en el período prerromántico y romántico), la sirena comienza a dejar de ser vista como un peligro, como un hic sunt leones, y se transforma en un emblema de lo mistérico, lo legendario y lo espiritual. En ese período, textos como Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué la presentan como una corporización de lo Ideal, así como de la emoción más pura para dicha estética, el amor. En la segunda mitad del siglo XIX se produce un cambio de eje: la sirena sigue siendo un emblema de espiritualidad, pero no de forma aislada sino que se lo opone al mercantilismo de la sociedad. Muchos textos de esta etapa muestran a burgueses atrapando las mujeres del mar con el fin de ganar dinero, ya sea exponiéndolas como curiosidad, vendiéndolas a un centro científico o haciéndoles confesar la ubicación de tesoros sumergidos. Posteriormente, con el arribo de la ciencia ficción, las sirenas comienzan a ser tema de especulaciones biológicas que plantean, de modo más o menos riguroso, la posibilidad de seres humanoides en el medio acuático, a veces conectándolos con mitos como la Atlántida.
Este libro recopila quince relatos que tienen como factor unificador la presencia de sirenas. Están ordenados de modo cronológico, lo que permite apreciar la evolución del tratamiento literario del mito desde 1877, fecha del primer texto, hasta la actualidad. Además del valor estético, hubo dos criterios de inclusión. El primero fue omitir los relatos demasiado difundidos, como el ya mencionado "La sirenita" de Andersen y "El pescador y su alma" de Wilde, privilegiando el rescate de narraciones meritorias que no suelen figurar en las antologías. El segundo fue emplear de modo exclusivo obras dirigidas a un público adulto, evitando los abundantes textos más o menos contemporáneos que apuntan al infantil.
El recorrido comienza con "El canto de
la sirena" de Miguel Cané (1851-1905), recordado hoy día por Juvenilia (1884), amena remembranza de
sus años como pupilo en el Colegio Nacional de Buenos Aires. El cuento figura
en Ensayos[2], que compilaba artículos,
reseñas literarias y narraciones que habían aparecido en la prensa durante los
años anteriores. Claramente influido por Poe y Hoffmann, es una lograda crónica
del enajenamiento que la búsqueda del absoluto y de la belleza pura genera en
un individuo especialmente sensible. Opone dos mundos: el lógico y racional,
representado por el personaje de Daniel, exitoso en su vida pública y afecto a
la lectura de filósofos racionalistas como Descartes, y el de la imaginación y
de lo fantástico, cuyo exponente es Broth, de vida puramente interior ya que
renuncia a toda interacción social a fin de dedicar plenamente su tiempo a su
obsesión. No es sorprendente que se trate de un aficionado a la lectura de
Platón, el filósofo idealista por excelencia.
"Sirena" fue publicado en el
diario porteño La Libertad el 21 de
mayo de 1884, firmado con las iniciales G. A. C. He descubierto que pertenecen al
escritor italiano Giovanni Alfredo Cesareo (1860-1937). El relato, narrado
desde el punto de vista de dos profesores alemanes, se ocupa del caso de locura
de una muchacha que cree ser una sirena. Los motivos de ese estado mental son la
influencia de sus estudios históricos y el alcoholismo de su padre. En ese
sentido, el texto se inscribe en el marco epistemológico del naturalismo
zoliano, cuyo tema principal consistía en las perturbaciones hereditarias
generadas por los vicios.
"Tristeza de las sirenas" de Catulle
Mendès (1841-1909) apareció en el diario La Patria el 31 de enero de
1886. Es una lúdica expresión de las tensiones que la
emergente modernidad causaba en la sociedad occidental. La difusión acelerada
de la ciencia, así como la proliferación del espíritu mercantilista (expuesto
en el ámbito nacional en la novelística del Ciclo de la Bolsa), eran fenómenos
percibidos como generadores de contraste con respecto a las décadas anteriores,
idealizadas como una época consagrada a lo espiritual en vez de a lo material.
El melancólico discurso de las sirenas funciona como una crítica a la
alienación producida por el culto a lo utilitario.
"La sirena", del
español Joaquín Aliaga Romagosa, figura en el un tanto misceláneo Mis ocios.[3]
Retoma la temática del materialismo y la secularización de la sociedad a través
del ansia de una sirena de poseer un alma (según la mayoría de las leyendas, la
híbrida especie carecía de ella), que contrasta con la desatención que los
hombres dan a sus espíritus.
"La sirena", del
también español Emilio Fernández Vaamonde, figura en Cuentos amorosos.[4]
Su vínculo con el mito es tangencial, no muy distinto al del Ulises de Joyce con la Odisea. La trama, una venganza amorosa,
no sólo contiene los elementos de la mujer bella y del mar, sino que agrega un
cuidadoso componente mistérico y una reelaboración del mito clásico bajo la más
contemporánea y verosímil forma de la femme
fatale.
Un caso interesante es "La
sirena de la Fresnaye", compilado por Paul Yves Sébillot en Cuentos bretones: cuentos populares de campesinos, pescadores y marineros.[5]
Como indica el título del volumen, no se trata de una obra original sino de la
transcripción de un relato oral de cuño folklórico. La sirena no funciona como peligro
o como símbolo de lo maravilloso y mistérico, sino como una simple fuente de
beneficios económicos que los humanos explotan sin remordimiento, lo cual es
visto como positivo por el sujeto de la enunciación. Este énfasis en el lucro,
contrastante con la moralidad espiritualista de los textos
"literarios", es comprensible debido a que el texto proviene de un
ámbito social de bajos recursos.
"La sirena", del
jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918), fue publicado en Viaje a través de la estirpe y otras
narraciones.[6]
Desde el
principio, donde se habla del tópico darwinista de la lucha por la vida, es
evidente que el texto aborda el mito de un modo cientificista y desengañado.
Pero no por eso menos conmovedor, como puede apreciarse en la reacción de la
mujer del mar ante el rechazo del hombre, causado por las diferencias físicas
entre ambos. Constituye el primer exponente de esta antología que supera la
dicotomía sirenas espirituales / humanidad materialista: el protagonista
humano, si bien práctico y llano, es capaz de altruismo; la sirena, si bien
hábil con el canto y dotada de sentimientos, es presentada como una entidad
biológica carente de todo elemento sobrenatural.
"La leyenda del viejo lago", del humorista ruso Arkadi Avérchenko (1881-1925), es una irónica meditación sobre las poco confiables raíces de las leyendas folklóricas y de los cuentos de hadas. Fue publicada originalmente en 1911; he empleado la anónima traducción aparecida en la revista mexicana Quimera de marzo de 1934.
"Una historia
extraordinaria", del injustamente olvidado polígrafo argentino Luis María
Jordán (1883-1933), apareció en Caras y Caretas
el 13 de junio de 1925. Consigue el milagro de combinar armónicamente un
trágico episodio sentimental con el que quizá sea uno de los últimos coletazos
(en más de un sentido) del naturalismo zoliano.
"Los siete pescadores y
la sirena" se debe al español José Mora Guarnido (1894-1968), periodista,
traductor y asiduo corresponsal de García Lorca, sobre quien escribiría el
nostálgico Federico García Lorca y su
mundo (1958). Apareció en Caras y
Caretas el 26 de septiembre de 1925. Es una cómica recreación del mito, en
la que un grupo de lujuriosos pero inocentes pescadores resulta víctima de una
sirena que poco tiene de sobrenatural.
El novelista español José
Martínez Ruiz (1873-1967), más conocido bajo el seudónimo Azorín, publicó en
1926 "Las sirenas" en el semanario Blanco y Negro. Es la historia de un hombre que intenta descifrar
un enigmático horóscopo que le fue realizado en el momento de su nacimiento y
que termina cumpliéndose de una forma inesperada. Quizá, entre todos sus
relatos, sea el que más revela sus frecuentes lecturas de los dramaturgos
griegos.
"El silencio de las
sirenas" de Franz Kafka, publicado en 1931, fue uno de los numerosos
manuscritos que el checo legó a su amigo y albacea Max Brod. La batalla entre
Ulises y las sirenas asume capas de complejidad que la convierten en un
laberinto de férreos deseos enfrentados. Las armas de los bellos monstruos
resultan mucho más letales que lo soñado por Homero, pero el resultado de la
pugna sigue siendo el mismo debido, paradójicamente, al poder de engaño del
héroe, que consigue engañarse a sí mismo.
María Celina Neyra de Sola fue
una escritora, traductora y música argentina completamente olvidada en la
actualidad. De ocasional aparición en las revistas La Nación Magazine, Claridad
y Caras y Caretas, publicó los libros
Miel de camuatí[7],
Palabras para mi niño[8],
El árbol del sol[9],
Seis cartas y un desenlace[10]
y Los ocho jardines.[11]
El cuento "La experiencia del profesor Howard" apareció en Caras y Caretas el 29 de mayo de 1937.
Conduce al mito de lleno al campo de la ciencia ficción, profundizando el
camino que había abierto Bunge casi tres décadas antes. Está claramente
influido por el relato "In the abyss" (1896) de Herbert George Wells,
que también presenta un descenso en un batiscafo, un hallazgo de humanoides
acuáticos y una desaparición final del explorador en los fondos marinos, recurso
que aumenta la sugerencia de la historia.
"El centinela" es un
microrrelato del argentino Bernardino Rivadavia (1937-2012), que como revela su
nombre era descendiente del prócer. Figura
en Isis y
otros misterios.[12] Retoma
la modalidad decimonónica de presentar a la sirena como símbolo de lo
desconocido y bello, y a la humanidad como símbolo de lo banal y pedestre.
El recorrido se cierra con "La muchacha esmeralda", escrito por
el autor de estas líneas. Es un capítulo de una novela en prensa, aunque puede
ser leído de modo autónomo. Ambientado en el siglo XIX, su protagonista es una
joven hechicera tehuelche desterrada de su aldea. En una de las jornadas de su
periplo, encuentra una extraña tribu en la costa patagónica, cuyos rasgos
resultarán familiares a los lectores de The
shadow over Innsmouth (1931) de Howard Phillips Lovecraft.
El mito de las
sirenas es complejo y ambivalente, lo cual lo diferencia del resto y constituye
la principal razón de su atractivo. No son seres unívocos: encierran por partes
iguales la belleza y el peligro, la esperanza de amor y el riesgo de muerte, la
puerta a lo maravilloso y el temor a lo desconocido. Los textos aquí incluidos
transcurren en la zona de nadie entre ambas antinomias, en esa turbia y ambigua
región donde es imposible determinar si lo que ocurre conducirá al éxtasis o al
horror. En ello, quizá, se asienta una parte importante de la fascinación que
generan.
Notas:
1 - El término proviene del griego seirén. Algunos lingüistas han tratado
de vincularlo con el sustantivo seirá,
que vale por cadena o atadura; así, sirena
significaría la que encadena o la que ata. Pese a su atractivo, la
etimología no posee mayores pruebas que la relativa similitud fonética, por lo
que otros lingüistas han propuesto que el término pudo haber sido adquirido por
el griego a partir de algún idioma mediterráneo previo y no identificado.
2
- Buenos Aires: Imprenta de La Tribuna,
1877.
3 - Castellón:
Imprenta y Librería de José Armengot, 1895.
4 -Barcelona:
Antonio López Editor, s/f. Gracias al recorrido por las reseñas en la prensa de
la época, he podido determinar que el año de edición fue 1896.
5- París: Garnier
Hermanos, 1900.
6
- Buenos Aires: Imprenta de La Nación,
1908. El primer capítulo del cuento apareció en Caras y Caretas el 15 de febrero de 1908, bajo el título "Una
sirena en Mar del Plata" y el seudónimo Mario Delcos.
7
- Buenos Aires: Librerías Anaconda, 1933.
8
- Buenos Aires: Edición del autor, 1934.
9
- Buenos Aires: Molly y Laserre Editores, 1936.
10
- Buenos Aires: Metrópolis, 1937.
11
- Buenos Aires: Claridad, 1940.
12 - Buenos Aires: Ediciones Proa, 1995.
SUMARIO
Carlos Abraham.
Introducción
Miguel Cané. "El
canto de la sirena"
Giovanni Alfredo
Cesareo. "Sirena"
Catulle Mendès. "Tristeza de las sirenas"
Joaquín Aliaga
Romagosa. "La sirena"
Emilio Fernández
Vaamonde. "La sirena"
Paul Yves Sébillot.
"La sirena de la Fresnaye"
Carlos Octavio Bunge.
"La sirena"
Arkadi Avérchenko. "La
leyenda del viejo lago"
Luis María Jordán. "Una
historia extraordinaria"
José Mora Guarnido.
"Los siete pescadores y la sirena"
Azorín. "Las
sirenas"
Franz Kafka. "El
silencio de las sirenas"
María Celina Neyra
de Sala. "La experiencia del profesor Howard"
Bernardino
Rivadavia. "El centinela"
Carlos Abraham. "La
muchacha esmeralda"