lunes, 24 de agosto de 2020

Cuentos de sirenas

Octava entrega:

Cuentos de sirenas


Carlos Abraham
Selección y
Estudio Preliminar




Hacer pocos meses, se editó en nuestra colección otra copilación preparada por Carlos Abraham: Cuentos de sirenas, que reúne en un volumen cuentos que habitualmente no figuran en las antologías del género fantástico. Esta antología tiene además la virtud de incluir textos inéditos de autores argentinos.


INTRODUCCIÓN

Carlos Abraham


El mito de las sirenas[1] es uno de los más antiguos y persistentes de la tradición occidental. Debido a ello, tuvo numerosas transformaciones a lo largo de los siglos y de los continentes.
    En la cultura grecorromana se trataba de bellas mujeres aladas y con escamosas garras de ave en vez de pies. Eran hijas del río Aqueloo y de las musas Terpsícore, Melpómene, Estérope y Calíope, que no por casualidad eran regentes de artes como la música y la poesía. Habitaban una indeterminada isla del Mediterráneo (Sirenum Scopuli en la Eneida, Anthemusa en la Argonáutica y Sirenusa en los Comentarios de Eustatio). Su canto melodioso atraía irresistiblemente a los marineros, sumiéndolos en una suerte de hipnosis, con el fin que sus barcas se despedazaran en los escollos y de devorar sus cuerpos ahogados. La Odisea contiene su aparición más temprana y famosa, en la que Ulises se hace atar al mástil de su barco y ordena a los tripulantes que se sellen los oídos con cera para no escuchar el canto, con lo que consiguen salvarse. La ávida curiosidad del héroe lo lleva a mantener sus oídos descubiertos, pero permanece a salvo porque sus hombres no oyen sus ruegos de libertad.
Algunos rasgos de las sirenas clásicas (el sexo femenino, la belleza, las alas, las garras, el canto atrayente, el carácter letal) permiten emparentarlas con las esfinges, que se diferenciaban por no estar vinculadas con el mar, y con las arpías, que se diferenciaban por carecer de canto. Esos tres seres revelan que el concepto griego del monstruo femenino estaba estructurado sobre la base de la argucia atractiva y no de la fuerza, como ocurría con monstruos masculinos como el minotauro, los centauros o los faunos. Las sirenas seducían con el arma sutil de la belleza, atemperando los ímpetus guerreros de sus enemigos y sometiendo su voluntad; una vez que los tenían en ese estado vulnerable, les daban muerte. Se trata de una simbolización de las estrategias sociales femeninas de supervivencia / dominio. No es casual, por lo tanto, que siempre el enfrentamiento se desarrolle entre hombres y sirenas, y no entre mujeres y sirenas.


En la cultura occidental post-medieval, la sirena también es representada como un híbrido femenino que habita en el mar, pero difiere en la estructura de su cuerpo, ya que es una hermosa mujer de la cintura para arriba y un pez de la cintura para abajo. Esta clase de sirena no tiene los tintes unívocamente negativos de la clásica. En algunas ocasiones es benéfica con los humanos; en otras, su peligrosidad se manifiesta (como en el caso de su predecesora) a través de la atracción generada en los sujetos masculinos por su canto y su belleza física, lo que los lleva a la enajenación y a la muerte. Uno de sus abordajes literarios más conocidos es el relato "La sirenita" (1837) de Hans Christian Andersen, donde una sirena se enamora de un humano y se somete a un hechizo para que su cola se transforme en un par de piernas.
Esta bífida tradición suele llevar en nuestro idioma a la confusión entre las sirenas de uno y otro ámbito cultural, ya que se las designa con el mismo término. En cambio, el inglés emplea siren para la sirena griega y mermaid para la contemporánea. Lo mismo ocurre con el alemán, que distingue entre Sirene y Meerjungfrau.
   
Como todos los mitos longevos, las sirenas han sido objeto de continuas resemantizaciones. Cada período las ha cargado con sus propios contenidos, a fin de que expresen de modo simbólico las preocupaciones, temores, deseos e intereses que poblaban su particular cosmovisión. Si bien siempre han expresado la fascinación y el terror masculinos ante la figura femenina, debido respectivamente a la belleza y al peligro de muerte, el resto de su carga metafórica ha ido mutando. Por ejemplo, la sirena griega es una de las facetas que asume la hybris, ya que causa la muerte de los navegantes y exploradores que se aventuran más allá de las tierras conocidas. La sirena medieval y renacentista era una representación de la lujuria, no sólo por la desnudez de los pechos: la cola de pez aludía a la tentación de la serpiente edénica; la posesión de espejos y peines (adminículos con los que se las representaba constantemente en la iconografía del período), a la vanidad y a la centralización en lo físico. A fines del siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX (es decir, en el período prerromántico y romántico), la sirena comienza a dejar de ser vista como un peligro, como un hic sunt leones, y se transforma en un emblema de lo mistérico, lo legendario y lo espiritual. En ese período, textos como Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué la presentan como una corporización de lo Ideal, así como de la emoción más pura para dicha estética, el amor. En la segunda mitad del siglo XIX se produce un cambio de eje: la sirena sigue siendo un emblema de espiritualidad, pero no de forma aislada sino que se lo opone al mercantilismo de la sociedad. Muchos textos de esta etapa muestran a burgueses atrapando las mujeres del mar con el fin de ganar dinero, ya sea exponiéndolas como curiosidad, vendiéndolas a un centro científico o haciéndoles confesar la ubicación de tesoros sumergidos. Posteriormente, con el arribo de la ciencia ficción, las sirenas comienzan a ser tema de especulaciones biológicas que plantean, de modo más o menos riguroso, la posibilidad de seres humanoides en el medio acuático, a veces conectándolos con mitos como la Atlántida.



Este libro recopila quince relatos que tienen como factor unificador la presencia de sirenas. Están ordenados de modo cronológico, lo que permite apreciar la evolución del tratamiento literario del mito desde 1877, fecha del primer texto, hasta la actualidad. Además del valor estético, hubo dos criterios de inclusión. El primero fue omitir los relatos demasiado difundidos, como el ya mencionado "La sirenita" de Andersen y "El pescador y su alma" de Wilde, privilegiando el rescate de narraciones meritorias que no suelen figurar en las antologías. El segundo fue emplear de modo exclusivo obras dirigidas a un público adulto, evitando los abundantes textos más o menos contemporáneos que apuntan al infantil.
El recorrido comienza con "El canto de la sirena" de Miguel Cané (1851-1905), recordado hoy día por Juvenilia (1884), amena remembranza de sus años como pupilo en el Colegio Nacional de Buenos Aires. El cuento figura en Ensayos[2], que compilaba artículos, reseñas literarias y narraciones que habían aparecido en la prensa durante los años anteriores. Claramente influido por Poe y Hoffmann, es una lograda crónica del enajenamiento que la búsqueda del absoluto y de la belleza pura genera en un individuo especialmente sensible. Opone dos mundos: el lógico y racional, representado por el personaje de Daniel, exitoso en su vida pública y afecto a la lectura de filósofos racionalistas como Descartes, y el de la imaginación y de lo fantástico, cuyo exponente es Broth, de vida puramente interior ya que renuncia a toda interacción social a fin de dedicar plenamente su tiempo a su obsesión. No es sorprendente que se trate de un aficionado a la lectura de Platón, el filósofo idealista por excelencia.

"Sirena" fue publicado en el diario porteño La Libertad el 21 de mayo de 1884, firmado con las iniciales G. A. C. He descubierto que pertenecen al escritor italiano Giovanni Alfredo Cesareo (1860-1937). El relato, narrado desde el punto de vista de dos profesores alemanes, se ocupa del caso de locura de una muchacha que cree ser una sirena. Los motivos de ese estado mental son la influencia de sus estudios históricos y el alcoholismo de su padre. En ese sentido, el texto se inscribe en el marco epistemológico del naturalismo zoliano, cuyo tema principal consistía en las perturbaciones hereditarias generadas por los vicios.
    "Tristeza de las sirenas" de Catulle Mendès (1841-1909) apareció en el diario La Patria el 31 de enero de 1886. Es una lúdica expresión de las tensiones que la emergente modernidad causaba en la sociedad occidental. La difusión acelerada de la ciencia, así como la proliferación del espíritu mercantilista (expuesto en el ámbito nacional en la novelística del Ciclo de la Bolsa), eran fenómenos percibidos como generadores de contraste con respecto a las décadas anteriores, idealizadas como una época consagrada a lo espiritual en vez de a lo material. El melancólico discurso de las sirenas funciona como una crítica a la alienación producida por el culto a lo utilitario.

"La sirena", del español Joaquín Aliaga Romagosa, figura en el un tanto misceláneo Mis ocios.[3] Retoma la temática del materialismo y la secularización de la sociedad a través del ansia de una sirena de poseer un alma (según la mayoría de las leyendas, la híbrida especie carecía de ella), que contrasta con la desatención que los hombres dan a sus espíritus.
"La sirena", del también español Emilio Fernández Vaamonde, figura en Cuentos amorosos.[4] Su vínculo con el mito es tangencial, no muy distinto al del Ulises de Joyce con la Odisea. La trama, una venganza amorosa, no sólo contiene los elementos de la mujer bella y del mar, sino que agrega un cuidadoso componente mistérico y una reelaboración del mito clásico bajo la más contemporánea y verosímil forma de la femme fatale.
Un caso interesante es "La sirena de la Fresnaye", compilado por Paul Yves Sébillot en Cuentos bretones: cuentos populares de campesinos, pescadores y marineros.[5] Como indica el título del volumen, no se trata de una obra original sino de la transcripción de un relato oral de cuño folklórico. La sirena no funciona como peligro o como símbolo de lo maravilloso y mistérico, sino como una simple fuente de beneficios económicos que los humanos explotan sin remordimiento, lo cual es visto como positivo por el sujeto de la enunciación. Este énfasis en el lucro, contrastante con la moralidad espiritualista de los textos "literarios", es comprensible debido a que el texto proviene de un ámbito social de bajos recursos.
"La sirena", del jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918), fue publicado en Viaje a través de la estirpe y otras narraciones.[6] Desde el principio, donde se habla del tópico darwinista de la lucha por la vida, es evidente que el texto aborda el mito de un modo cientificista y desengañado. Pero no por eso menos conmovedor, como puede apreciarse en la reacción de la mujer del mar ante el rechazo del hombre, causado por las diferencias físicas entre ambos. Constituye el primer exponente de esta antología que supera la dicotomía sirenas espirituales / humanidad materialista: el protagonista humano, si bien práctico y llano, es capaz de altruismo; la sirena, si bien hábil con el canto y dotada de sentimientos, es presentada como una entidad biológica carente de todo elemento sobrenatural.



"La leyenda del viejo lago", del humorista ruso Arkadi Avérchenko (1881-1925), es una irónica meditación sobre las poco confiables raíces de las leyendas folklóricas y de los cuentos de hadas. Fue publicada originalmente en 1911; he empleado la anónima traducción aparecida en la revista mexicana Quimera de marzo de 1934.
"Una historia extraordinaria", del injustamente olvidado polígrafo argentino Luis María Jordán (1883-1933), apareció en Caras y Caretas el 13 de junio de 1925. Consigue el milagro de combinar armónicamente un trágico episodio sentimental con el que quizá sea uno de los últimos coletazos (en más de un sentido) del naturalismo zoliano.
"Los siete pescadores y la sirena" se debe al español José Mora Guarnido (1894-1968), periodista, traductor y asiduo corresponsal de García Lorca, sobre quien escribiría el nostálgico Federico García Lorca y su mundo (1958). Apareció en Caras y Caretas el 26 de septiembre de 1925. Es una cómica recreación del mito, en la que un grupo de lujuriosos pero inocentes pescadores resulta víctima de una sirena que poco tiene de sobrenatural.
El novelista español José Martínez Ruiz (1873-1967), más conocido bajo el seudónimo Azorín, publicó en 1926 "Las sirenas" en el semanario Blanco y Negro. Es la historia de un hombre que intenta descifrar un enigmático horóscopo que le fue realizado en el momento de su nacimiento y que termina cumpliéndose de una forma inesperada. Quizá, entre todos sus relatos, sea el que más revela sus frecuentes lecturas de los dramaturgos griegos.
"El silencio de las sirenas" de Franz Kafka, publicado en 1931, fue uno de los numerosos manuscritos que el checo legó a su amigo y albacea Max Brod. La batalla entre Ulises y las sirenas asume capas de complejidad que la convierten en un laberinto de férreos deseos enfrentados. Las armas de los bellos monstruos resultan mucho más letales que lo soñado por Homero, pero el resultado de la pugna sigue siendo el mismo debido, paradójicamente, al poder de engaño del héroe, que consigue engañarse a sí mismo.

María Celina Neyra de Sola fue una escritora, traductora y música argentina completamente olvidada en la actualidad. De ocasional aparición en las revistas La Nación Magazine, Claridad y Caras y Caretas, publicó los libros Miel de camuatí[7], Palabras para mi niño[8], El árbol del sol[9], Seis cartas y un desenlace[10] y Los ocho jardines.[11] El cuento "La experiencia del profesor Howard" apareció en Caras y Caretas el 29 de mayo de 1937. Conduce al mito de lleno al campo de la ciencia ficción, profundizando el camino que había abierto Bunge casi tres décadas antes. Está claramente influido por el relato "In the abyss" (1896) de Herbert George Wells, que también presenta un descenso en un batiscafo, un hallazgo de humanoides acuáticos y una desaparición final del explorador en los fondos marinos, recurso que aumenta la sugerencia de la historia.
"El centinela" es un microrrelato del argentino Bernardino Rivadavia (1937-2012), que como revela su nombre era descendiente del prócer. Figura en Isis y otros misterios.[12] Retoma la modalidad decimonónica de presentar a la sirena como símbolo de lo desconocido y bello, y a la humanidad como símbolo de lo banal y pedestre.
El recorrido se cierra con "La muchacha esmeralda", escrito por el autor de estas líneas. Es un capítulo de una novela en prensa, aunque puede ser leído de modo autónomo. Ambientado en el siglo XIX, su protagonista es una joven hechicera tehuelche desterrada de su aldea. En una de las jornadas de su periplo, encuentra una extraña tribu en la costa patagónica, cuyos rasgos resultarán familiares a los lectores de The shadow over Innsmouth (1931) de Howard Phillips Lovecraft.
El mito de las sirenas es complejo y ambivalente, lo cual lo diferencia del resto y constituye la principal razón de su atractivo. No son seres unívocos: encierran por partes iguales la belleza y el peligro, la esperanza de amor y el riesgo de muerte, la puerta a lo maravilloso y el temor a lo desconocido. Los textos aquí incluidos transcurren en la zona de nadie entre ambas antinomias, en esa turbia y ambigua región donde es imposible determinar si lo que ocurre conducirá al éxtasis o al horror. En ello, quizá, se asienta una parte importante de la fascinación que generan.



Notas:

1 - El término proviene del griego seirén. Algunos lingüistas han tratado de vincularlo con el sustantivo seirá, que vale por cadena o atadura; así, sirena significaría la que encadena o la que ata. Pese a su atractivo, la etimología no posee mayores pruebas que la relativa similitud fonética, por lo que otros lingüistas han propuesto que el término pudo haber sido adquirido por el griego a partir de algún idioma mediterráneo previo y no identificado.
2 - Buenos Aires: Imprenta de La Tribuna, 1877.
3 - Castellón: Imprenta y Librería de José Armengot, 1895.
4 -Barcelona: Antonio López Editor, s/f. Gracias al recorrido por las reseñas en la prensa de la época, he podido determinar que el año de edición fue 1896.
5- París: Garnier Hermanos, 1900.
6 - Buenos Aires: Imprenta de La Nación, 1908. El primer capítulo del cuento apareció en Caras y Caretas el 15 de febrero de 1908, bajo el título "Una sirena en Mar del Plata" y el seudónimo Mario Delcos.
7 - Buenos Aires: Librerías Anaconda, 1933.
8 - Buenos Aires: Edición del autor, 1934.
9 - Buenos Aires: Molly y Laserre Editores, 1936.
10 - Buenos Aires: Metrópolis, 1937.
11 - Buenos Aires: Claridad, 1940.
12 - Buenos Aires: Ediciones Proa, 1995.



SUMARIO


Carlos Abraham. Introducción

Miguel Cané. "El canto de la sirena"
Giovanni Alfredo Cesareo. "Sirena"
Catulle Mendès. "Tristeza de las sirenas"
Joaquín Aliaga Romagosa. "La sirena"
Emilio Fernández Vaamonde. "La sirena"
Paul Yves Sébillot. "La sirena de la Fresnaye"
Carlos Octavio Bunge. "La sirena"
Arkadi Avérchenko. "La leyenda del viejo lago"
Luis María Jordán. "Una historia extraordinaria"
José Mora Guarnido. "Los siete pescadores y la sirena"
Azorín. "Las sirenas"
Franz Kafka. "El silencio de las sirenas"
María Celina Neyra de Sala. "La experiencia del profesor Howard"
Bernardino Rivadavia. "El centinela"
Carlos Abraham. "La muchacha esmeralda"





Opium Diario de una desintoxicación Jean Cocteau



Séptima entrega:


Opium
Diario de una desintoxicación
Jean Cocteau



Prólogo 
Héctor Alvarez Castillo






domingo, 2 de agosto de 2020

El cuento fantástico en Caras y Caretas vol. 2 - Carlos Abraham (Comp.)


Sexta entrega:

El cuento fantástico en
Caras y Caretas
vol. 2


Carlos Abraham
Compilación,
Estudio Preliminar
y Notas




Esta segunda entrega del trabajo de investigación y divulgación del cuento fantástico en la célebre Caras y Caretas, agrega material de verdadera importancia para el lector e interesado en el surgimiento del fantástico rioplatense.

Recordemos que este trabajo emprendido por Carlos Abraham propone cuatro volúmenes para dar cuenta de una muestra de lo que sucedía en nuestra literatura poco más de un siglo atrás y que era divulgado a través de un medio popular en la época.




ÍNDICE

Carlos Abraham. Estudio preliminar.

Ricardo Rojas. “Los amores de Zupay”.
Ricardo Rojas; “El runauturangu”.
César Díaz Sciurano. “El coronel”.
Otto Miguel Cione. "La atrevida operación del doctor Orts".
Otto Miguel Cione. "Las sérpulas".
Anónimo. "Del año 3000".
Horacio Quiroga. "Mi cuarta septicemia".
Raúl Montero Bustamante. "El caso del profesor Krause".
Raúl Montero Bustamante. "El hechizo".
Juan José de Soiza Reilly. "Nuestros esqueletos".
Pol Lall. "La muerte borracha".
Leopoldo Lugones. "Hipalia".
Victorio Silva. "La dentellada".
Enrique M. Ruas. "La bruja Robustiana".
Enrique M. Ruas. "Una voz misteriosa".
Roberto Gache. "El grito de Pocolo".
Diego Fernández Espiro. "Mi muerto".
Rafael Barreda. "Chelito".
Carlos A. López. "La broma".
Clemente Palma. "La última rubia".
Máximo Sáenz. "Los dedos".
Luciano Palet. "La condensación del alma".
Víctor Juan Guillot. "El vampiro".





viernes, 10 de julio de 2020

Cuentos desconocidos - Eduardo Ladislao Holmberg



Cuarta entrega:

Cuentos desconocidos
Eduardo Ladislao Holmberg


Copilación, estudio preliminar
y notas:
Carlos Abraham






ESTUDIO PRELIMINAR


Eduardo Ladislao Holmberg fue el autor más relevante de la literatura fantástica argentina del siglo XIX. Las razones son muchas: la continuidad de su producción (que abarca desde 1875 a 1915), su carácter precursor, su calidad estética y su rol como fenómeno cultural (en él confluyen y se articulan casi todas las corrientes de pensamiento de su tiempo, como el positivismo, el darwinismo y la teosofía).

Nacido en Buenos Aires en 1852, era nieto de Eduardo Kannitz, Barón de Holmberg, quien llegó a nuestro país en 1812 y participó en la Guerra de Independencia. Pasó su infancia en una quinta de Palermo, donde la colección botánica de su abuelo (que había hecho traer especies africanas y amazónicas desconocidas hasta entonces en nuestro país) determinó su interés por la naturaleza. Otra influencia temprana pudo haber sido su encuentro con el naturalista y explorador inglés James Tweedie: éste lo impresionó a tal punto que nuestro escritor, que sólo contaba por entonces cinco años, esbozó al lápiz su rostro con el fin de no olvidarlo. Debido a que por aquel tiempo no existía una carrera universitaria dedicada a las ciencias naturales, ingresó en 1872 a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, con la finalidad de que el estudio de la anatomía humana (y de sus procesos fisiológicos) le proporcionara una formación similar. Nunca ejerció, pues como he indicado esa profesión no constituía su centro de interés.
La mayor parte de su bibliografía está dedicada a la naturaleza. Entre sus trabajos sobre botánica, destacan Ojeada sobre la flora de la provincia de Buenos Aires (1883), Clave analítica de las familias de las plantas (1893), Repertorio de la flora argentina (1902) y Botánica elemental (1909). Entre los que versan sobre zoología, Arácnidos argentinos (1876), Fauna de las sierras del Tandil y de la Tinta (1884) y Fauna de la República Argentina (1898). Buena parte de estas obras contiene información de primera mano, obtenida en viajes de exploración por distintas regiones del país. El primero fue realizado en 1872, bajo el patrocinio de la Sociedad Científica Argentina: visitó Bahía Blanca y la aún ignota Río Negro, recolectando numerosos especímenes que fueron donados al Museo Nacional de Buenos Aires. En los años siguientes estas travesías se multiplicaron con una periodicidad casi anual. Holmberg capitalizó esta actividad cultivando el género de la literatura de viajes, una moda de su tiempo. Algunos textos aparecieron en folleto, como La sierra de Cura-Malal (1884); otros, en publicaciones científicas, como Una excursión por el río Luján (1878) y Viaje a Misiones (1887). Un ameno resumen de sus métodos, escrito para instrucción de las nuevas generaciones, es El joven coleccionista de historia natural en la República Argentina (1905).



También merece destacarse su desempeño como director del Jardín Zoológico de Buenos Aires entre 1888 y 1903. En su gestión se mudó a su actual emplazamiento, los árboles fueron plantados según el sistema de parque francés, se instalaron frisos del escultor Lucio Correa Morales y se adquirió fauna de diversas regiones del globo. Él mismo diseñó los recintos de los animales, procurando que tuvieran la arquitectura típica de la región de que provenían (gótica en el caso de los osos, árabe en el de los dromedarios, etcétera). Fue dado de baja al no permitir el acceso en carruaje al recinto, lo que molestó a algunos funcionarios que tenían esa costumbre.
Se jubiló en 1915, lo que no impidió que siguiera dedicándose a la ciencia: en 1916 fue expositor en el Primer Congreso de Naturalistas Argentinos, realizado en Tucumán, donde expresó su satisfacción por haber sido el primer argentino en enseñado Historia Natural, y el primero que, en sus clases, se valió de ejemplos argentinos”. Sus últimos años fueron silenciosos, debido tanto a los achaques de la edad como a la tristeza por la muerte en 1929 de su hijo Eduardo Alejandro. Falleció en 1937.


La literatura, en buena parte de los autores de la Generación del Ochenta, era una actividad adventicia. No existía un mercado literario que permitiera la profesionalización del escritor, por lo que era imperioso dedicarse a un trabajo de tiempo completo que permitiera ganar el sustento. Con Holmberg ocurrió lo mismo: sus textos literarios son muy inferiores en número a los científicos. Sin embargo, existe una diferencia respecto a sus contemporáneos. En éstos (como Cané, Wilde, Cambaceres) no había vínculos visibles entre la labor artística y la labor cotidiana, que parecían pertenecer a mundos separados. En Holmberg, existe un elemento común entre ambas: la divulgación científica. Como ensayista, no se especializó en un área determinada del saber, sino que abarcó temas diversos de un modo general y sencillo, apto para el consumo por parte de un lectorado amplio. Como narrador, trabajó problemáticas científicas dentro de tramas ficcionales, en un intento de reproducir la máxima verniana de “instruir deleitando”, de difundir los recientes descubrimientos mediante el ropaje ameno de la literatura. Además, el narrador tenía mucho del científico, y el científico (como puede verlo quien recorra su obra de biología) mucho del narrador.

La literatura de Holmberg abarcó géneros variados. El principal fue la ciencia ficción, algo esperable debido a su formación científica, e integrado por las novelas Dos partidos en lucha (1875), donde aparece una polémica entre creacionistas y darwinistas; Viaje maravilloso del señor Nic-Nac (1875), donde un viaje a Marte permite la descripción de una sociedad hiperdesarrollada; El tipo más original (1879), donde el personaje principal es un científico tan extravagante que parece sumido en la locura; y por relatos como “Horacio Kalibang o Los autómatas” (1879), sobre un fabricante de robots, y “Filigranas de cera” (1884), sobre la posibilidad de recuperar los sonidos que han quedado grabados en el cerumen de los oídos, como se grababan los sonidos en la cera de un fonógrafo. También cultivó la literatura fantástica (“El ruiseñor y el artista”, “La pipa de Hoffmann”), el relato policial (“La casa endiablada”, “La bolsa de huesos”), el relato sentimental (“Clara”, “Boceto de un alma en pena”) y el humor (“San Bismo”, “Hurones y comadrejas”), este último dotado por lo general de un toque costumbrista. En su madurez, este abanico se amplió aún más con la publicación de Lin-Calel (1910), extenso poema de cuño indigenista.
Si bien en las últimas décadas han aparecido libros que han rescatado la producción literaria de Holmberg, aún quedaba un puñado de relatos perdido en las páginas de olvidados periódicos y revistas literarias, y que no figuraban en ninguna bibliografía. El presente libro, producto de un largo trabajo de rastreo, trae a la luz esos textos, que no desmerecen de la producción ya reeditada.
El primero es “Vesperus”, una prosa poética aparecida en la revista Buenos Aires Ilustrado.(1) Se trata, probablemente, de un fragmento tomado de uno de sus numerosos apuntes de viaje.
Le siguen dos relatos provenientes de un pequeño volumen titulado Norah(2), púdicamente firmado con los seudónimos Juan Brant, E. C. Laghar y René Pradier, que escondían respectivamente a Eduardo Ladislao Holmberg, Antonio Galarce y Carlos Correa Luna.(3) Holmberg fue responsable de “En el bosque”, de tema oriental y perteneciente al género maravilloso, y de “Caperucita negra”, una dolorosa crónica de la pobreza urbana, al estilo de Dickens.



En su madurez, Holmberg se volvió un asiduo colaborador de revistas ilustradas porteñas como Fray Mocho y Caras y Caretas, alternando entre el fantástico y el realismo costumbrista. Al ser publicaciones que buscaban textos breves y de alto impacto, los relatos de Holmberg aparecidos en ellas difieren en gran medida de su obra anterior, poco constreñida por exigencias editoriales. Las digresiones son escasas o directamente nulas, el estilo se torna conciso y hasta pulido, la trama progresa en intensidad hasta un clímax final y hay énfasis en el uso del humor.
En Caras y Caretas aparecieron “Porque se fija y observa”(4), una viñeta costumbrista sobre la viveza criolla y la ingenuidad de los inmigrantes; “Una pieza única”(5), sobre el tema de la locura; “Incomprensible”(6), una mordaz sátira sobre la política de provincias; “Por el aire”(7), que aborda el tema de la telepatía, y “Ioióla”(8), que combina una trama científica con una sentimental, y que posee ciertas reminiscencias del célebre “La bolsa de huesos”. En Fray Mocho vio la luz “La serenata de Hammerholz”(9), parodia de la música figurativa (que buscaba reproducir, con los instrumentos, sonidos como el canto de los gallos o el fluir de las aguas de los ríos) y del hecho de que el público porteño de la época se mostrase extasiado ante obras en lenguas extranjeras, ya que al desconocer su significado no podían darse cuenta de su contenido pedestre.

El volumen se completa dos textos misceláneos aparecidos en Caras y Caretas. Uno es el ensayo “La evolución del tipo humano”(10), sobre la futura conformación física de nuestra especie; lo he incluido debido a la cercanía de sus especulaciones con las de la ciencia ficción. El otro es la entrevista “Vida admirable de un sabio argentino”(11), realizada por el periodista Carlos Ernesto Mangudo, y que constituye un testimonio de primera mano sobre la vida íntima del autor.
Este grupo de textos es un valioso agregado al vasto conjunto de la obra de Holmberg, ya que expone la variedad de registros de su pluma, que sin embargo nunca prescinde de la inteligencia y del humor.


Notas:

1 Volumen I, pág. 91. Buenos Aires: Imprenta de Jacobo Peuser, 1892.
2 Buenos Aires: Imprenta “La Buenos Aires”, 1899.
3 Remito a la reseña aparecida en La Nación el 26 de marzo de 1899.
4 Nº 337, 18 de marzo de 1905.
5 Nº 364, 16 de septiembre de 1905.
6 Nºs 437-441, 16 de febrero - 16 de marzo de 1907.
7 Nº 579, 6 de noviembre de 1909.
8 Nº 639, 31 de diciembre de 1910.
9 Nº 5, 31 de mayo de 1912.
10 Nº 475, 9 de noviembre de 1907.
11 Nº 1500, 2 de julio de 1927.


SUMARIO

Carlos Abraham: Estudio preliminar

Vesperus
En el bosque
Caperucita negra
Porque se fija y observa
Una pieza única
¡Incomprensible!
Por el aire
Ioióla
La serenata de Hammerholz
La evolución del tipo humano
Vida admirable de un sabio argentino