lunes, 24 de agosto de 2020

Cuentos de sirenas

Octava entrega:

Cuentos de sirenas


Carlos Abraham
Selección y
Estudio Preliminar




Hacer pocos meses, se editó en nuestra colección otra copilación preparada por Carlos Abraham: Cuentos de sirenas, que reúne en un volumen cuentos que habitualmente no figuran en las antologías del género fantástico. Esta antología tiene además la virtud de incluir textos inéditos de autores argentinos.


INTRODUCCIÓN

Carlos Abraham


El mito de las sirenas[1] es uno de los más antiguos y persistentes de la tradición occidental. Debido a ello, tuvo numerosas transformaciones a lo largo de los siglos y de los continentes.
    En la cultura grecorromana se trataba de bellas mujeres aladas y con escamosas garras de ave en vez de pies. Eran hijas del río Aqueloo y de las musas Terpsícore, Melpómene, Estérope y Calíope, que no por casualidad eran regentes de artes como la música y la poesía. Habitaban una indeterminada isla del Mediterráneo (Sirenum Scopuli en la Eneida, Anthemusa en la Argonáutica y Sirenusa en los Comentarios de Eustatio). Su canto melodioso atraía irresistiblemente a los marineros, sumiéndolos en una suerte de hipnosis, con el fin que sus barcas se despedazaran en los escollos y de devorar sus cuerpos ahogados. La Odisea contiene su aparición más temprana y famosa, en la que Ulises se hace atar al mástil de su barco y ordena a los tripulantes que se sellen los oídos con cera para no escuchar el canto, con lo que consiguen salvarse. La ávida curiosidad del héroe lo lleva a mantener sus oídos descubiertos, pero permanece a salvo porque sus hombres no oyen sus ruegos de libertad.
Algunos rasgos de las sirenas clásicas (el sexo femenino, la belleza, las alas, las garras, el canto atrayente, el carácter letal) permiten emparentarlas con las esfinges, que se diferenciaban por no estar vinculadas con el mar, y con las arpías, que se diferenciaban por carecer de canto. Esos tres seres revelan que el concepto griego del monstruo femenino estaba estructurado sobre la base de la argucia atractiva y no de la fuerza, como ocurría con monstruos masculinos como el minotauro, los centauros o los faunos. Las sirenas seducían con el arma sutil de la belleza, atemperando los ímpetus guerreros de sus enemigos y sometiendo su voluntad; una vez que los tenían en ese estado vulnerable, les daban muerte. Se trata de una simbolización de las estrategias sociales femeninas de supervivencia / dominio. No es casual, por lo tanto, que siempre el enfrentamiento se desarrolle entre hombres y sirenas, y no entre mujeres y sirenas.


En la cultura occidental post-medieval, la sirena también es representada como un híbrido femenino que habita en el mar, pero difiere en la estructura de su cuerpo, ya que es una hermosa mujer de la cintura para arriba y un pez de la cintura para abajo. Esta clase de sirena no tiene los tintes unívocamente negativos de la clásica. En algunas ocasiones es benéfica con los humanos; en otras, su peligrosidad se manifiesta (como en el caso de su predecesora) a través de la atracción generada en los sujetos masculinos por su canto y su belleza física, lo que los lleva a la enajenación y a la muerte. Uno de sus abordajes literarios más conocidos es el relato "La sirenita" (1837) de Hans Christian Andersen, donde una sirena se enamora de un humano y se somete a un hechizo para que su cola se transforme en un par de piernas.
Esta bífida tradición suele llevar en nuestro idioma a la confusión entre las sirenas de uno y otro ámbito cultural, ya que se las designa con el mismo término. En cambio, el inglés emplea siren para la sirena griega y mermaid para la contemporánea. Lo mismo ocurre con el alemán, que distingue entre Sirene y Meerjungfrau.
   
Como todos los mitos longevos, las sirenas han sido objeto de continuas resemantizaciones. Cada período las ha cargado con sus propios contenidos, a fin de que expresen de modo simbólico las preocupaciones, temores, deseos e intereses que poblaban su particular cosmovisión. Si bien siempre han expresado la fascinación y el terror masculinos ante la figura femenina, debido respectivamente a la belleza y al peligro de muerte, el resto de su carga metafórica ha ido mutando. Por ejemplo, la sirena griega es una de las facetas que asume la hybris, ya que causa la muerte de los navegantes y exploradores que se aventuran más allá de las tierras conocidas. La sirena medieval y renacentista era una representación de la lujuria, no sólo por la desnudez de los pechos: la cola de pez aludía a la tentación de la serpiente edénica; la posesión de espejos y peines (adminículos con los que se las representaba constantemente en la iconografía del período), a la vanidad y a la centralización en lo físico. A fines del siglo XVIII y durante la primera mitad del XIX (es decir, en el período prerromántico y romántico), la sirena comienza a dejar de ser vista como un peligro, como un hic sunt leones, y se transforma en un emblema de lo mistérico, lo legendario y lo espiritual. En ese período, textos como Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué la presentan como una corporización de lo Ideal, así como de la emoción más pura para dicha estética, el amor. En la segunda mitad del siglo XIX se produce un cambio de eje: la sirena sigue siendo un emblema de espiritualidad, pero no de forma aislada sino que se lo opone al mercantilismo de la sociedad. Muchos textos de esta etapa muestran a burgueses atrapando las mujeres del mar con el fin de ganar dinero, ya sea exponiéndolas como curiosidad, vendiéndolas a un centro científico o haciéndoles confesar la ubicación de tesoros sumergidos. Posteriormente, con el arribo de la ciencia ficción, las sirenas comienzan a ser tema de especulaciones biológicas que plantean, de modo más o menos riguroso, la posibilidad de seres humanoides en el medio acuático, a veces conectándolos con mitos como la Atlántida.



Este libro recopila quince relatos que tienen como factor unificador la presencia de sirenas. Están ordenados de modo cronológico, lo que permite apreciar la evolución del tratamiento literario del mito desde 1877, fecha del primer texto, hasta la actualidad. Además del valor estético, hubo dos criterios de inclusión. El primero fue omitir los relatos demasiado difundidos, como el ya mencionado "La sirenita" de Andersen y "El pescador y su alma" de Wilde, privilegiando el rescate de narraciones meritorias que no suelen figurar en las antologías. El segundo fue emplear de modo exclusivo obras dirigidas a un público adulto, evitando los abundantes textos más o menos contemporáneos que apuntan al infantil.
El recorrido comienza con "El canto de la sirena" de Miguel Cané (1851-1905), recordado hoy día por Juvenilia (1884), amena remembranza de sus años como pupilo en el Colegio Nacional de Buenos Aires. El cuento figura en Ensayos[2], que compilaba artículos, reseñas literarias y narraciones que habían aparecido en la prensa durante los años anteriores. Claramente influido por Poe y Hoffmann, es una lograda crónica del enajenamiento que la búsqueda del absoluto y de la belleza pura genera en un individuo especialmente sensible. Opone dos mundos: el lógico y racional, representado por el personaje de Daniel, exitoso en su vida pública y afecto a la lectura de filósofos racionalistas como Descartes, y el de la imaginación y de lo fantástico, cuyo exponente es Broth, de vida puramente interior ya que renuncia a toda interacción social a fin de dedicar plenamente su tiempo a su obsesión. No es sorprendente que se trate de un aficionado a la lectura de Platón, el filósofo idealista por excelencia.

"Sirena" fue publicado en el diario porteño La Libertad el 21 de mayo de 1884, firmado con las iniciales G. A. C. He descubierto que pertenecen al escritor italiano Giovanni Alfredo Cesareo (1860-1937). El relato, narrado desde el punto de vista de dos profesores alemanes, se ocupa del caso de locura de una muchacha que cree ser una sirena. Los motivos de ese estado mental son la influencia de sus estudios históricos y el alcoholismo de su padre. En ese sentido, el texto se inscribe en el marco epistemológico del naturalismo zoliano, cuyo tema principal consistía en las perturbaciones hereditarias generadas por los vicios.
    "Tristeza de las sirenas" de Catulle Mendès (1841-1909) apareció en el diario La Patria el 31 de enero de 1886. Es una lúdica expresión de las tensiones que la emergente modernidad causaba en la sociedad occidental. La difusión acelerada de la ciencia, así como la proliferación del espíritu mercantilista (expuesto en el ámbito nacional en la novelística del Ciclo de la Bolsa), eran fenómenos percibidos como generadores de contraste con respecto a las décadas anteriores, idealizadas como una época consagrada a lo espiritual en vez de a lo material. El melancólico discurso de las sirenas funciona como una crítica a la alienación producida por el culto a lo utilitario.

"La sirena", del español Joaquín Aliaga Romagosa, figura en el un tanto misceláneo Mis ocios.[3] Retoma la temática del materialismo y la secularización de la sociedad a través del ansia de una sirena de poseer un alma (según la mayoría de las leyendas, la híbrida especie carecía de ella), que contrasta con la desatención que los hombres dan a sus espíritus.
"La sirena", del también español Emilio Fernández Vaamonde, figura en Cuentos amorosos.[4] Su vínculo con el mito es tangencial, no muy distinto al del Ulises de Joyce con la Odisea. La trama, una venganza amorosa, no sólo contiene los elementos de la mujer bella y del mar, sino que agrega un cuidadoso componente mistérico y una reelaboración del mito clásico bajo la más contemporánea y verosímil forma de la femme fatale.
Un caso interesante es "La sirena de la Fresnaye", compilado por Paul Yves Sébillot en Cuentos bretones: cuentos populares de campesinos, pescadores y marineros.[5] Como indica el título del volumen, no se trata de una obra original sino de la transcripción de un relato oral de cuño folklórico. La sirena no funciona como peligro o como símbolo de lo maravilloso y mistérico, sino como una simple fuente de beneficios económicos que los humanos explotan sin remordimiento, lo cual es visto como positivo por el sujeto de la enunciación. Este énfasis en el lucro, contrastante con la moralidad espiritualista de los textos "literarios", es comprensible debido a que el texto proviene de un ámbito social de bajos recursos.
"La sirena", del jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918), fue publicado en Viaje a través de la estirpe y otras narraciones.[6] Desde el principio, donde se habla del tópico darwinista de la lucha por la vida, es evidente que el texto aborda el mito de un modo cientificista y desengañado. Pero no por eso menos conmovedor, como puede apreciarse en la reacción de la mujer del mar ante el rechazo del hombre, causado por las diferencias físicas entre ambos. Constituye el primer exponente de esta antología que supera la dicotomía sirenas espirituales / humanidad materialista: el protagonista humano, si bien práctico y llano, es capaz de altruismo; la sirena, si bien hábil con el canto y dotada de sentimientos, es presentada como una entidad biológica carente de todo elemento sobrenatural.



"La leyenda del viejo lago", del humorista ruso Arkadi Avérchenko (1881-1925), es una irónica meditación sobre las poco confiables raíces de las leyendas folklóricas y de los cuentos de hadas. Fue publicada originalmente en 1911; he empleado la anónima traducción aparecida en la revista mexicana Quimera de marzo de 1934.
"Una historia extraordinaria", del injustamente olvidado polígrafo argentino Luis María Jordán (1883-1933), apareció en Caras y Caretas el 13 de junio de 1925. Consigue el milagro de combinar armónicamente un trágico episodio sentimental con el que quizá sea uno de los últimos coletazos (en más de un sentido) del naturalismo zoliano.
"Los siete pescadores y la sirena" se debe al español José Mora Guarnido (1894-1968), periodista, traductor y asiduo corresponsal de García Lorca, sobre quien escribiría el nostálgico Federico García Lorca y su mundo (1958). Apareció en Caras y Caretas el 26 de septiembre de 1925. Es una cómica recreación del mito, en la que un grupo de lujuriosos pero inocentes pescadores resulta víctima de una sirena que poco tiene de sobrenatural.
El novelista español José Martínez Ruiz (1873-1967), más conocido bajo el seudónimo Azorín, publicó en 1926 "Las sirenas" en el semanario Blanco y Negro. Es la historia de un hombre que intenta descifrar un enigmático horóscopo que le fue realizado en el momento de su nacimiento y que termina cumpliéndose de una forma inesperada. Quizá, entre todos sus relatos, sea el que más revela sus frecuentes lecturas de los dramaturgos griegos.
"El silencio de las sirenas" de Franz Kafka, publicado en 1931, fue uno de los numerosos manuscritos que el checo legó a su amigo y albacea Max Brod. La batalla entre Ulises y las sirenas asume capas de complejidad que la convierten en un laberinto de férreos deseos enfrentados. Las armas de los bellos monstruos resultan mucho más letales que lo soñado por Homero, pero el resultado de la pugna sigue siendo el mismo debido, paradójicamente, al poder de engaño del héroe, que consigue engañarse a sí mismo.

María Celina Neyra de Sola fue una escritora, traductora y música argentina completamente olvidada en la actualidad. De ocasional aparición en las revistas La Nación Magazine, Claridad y Caras y Caretas, publicó los libros Miel de camuatí[7], Palabras para mi niño[8], El árbol del sol[9], Seis cartas y un desenlace[10] y Los ocho jardines.[11] El cuento "La experiencia del profesor Howard" apareció en Caras y Caretas el 29 de mayo de 1937. Conduce al mito de lleno al campo de la ciencia ficción, profundizando el camino que había abierto Bunge casi tres décadas antes. Está claramente influido por el relato "In the abyss" (1896) de Herbert George Wells, que también presenta un descenso en un batiscafo, un hallazgo de humanoides acuáticos y una desaparición final del explorador en los fondos marinos, recurso que aumenta la sugerencia de la historia.
"El centinela" es un microrrelato del argentino Bernardino Rivadavia (1937-2012), que como revela su nombre era descendiente del prócer. Figura en Isis y otros misterios.[12] Retoma la modalidad decimonónica de presentar a la sirena como símbolo de lo desconocido y bello, y a la humanidad como símbolo de lo banal y pedestre.
El recorrido se cierra con "La muchacha esmeralda", escrito por el autor de estas líneas. Es un capítulo de una novela en prensa, aunque puede ser leído de modo autónomo. Ambientado en el siglo XIX, su protagonista es una joven hechicera tehuelche desterrada de su aldea. En una de las jornadas de su periplo, encuentra una extraña tribu en la costa patagónica, cuyos rasgos resultarán familiares a los lectores de The shadow over Innsmouth (1931) de Howard Phillips Lovecraft.
El mito de las sirenas es complejo y ambivalente, lo cual lo diferencia del resto y constituye la principal razón de su atractivo. No son seres unívocos: encierran por partes iguales la belleza y el peligro, la esperanza de amor y el riesgo de muerte, la puerta a lo maravilloso y el temor a lo desconocido. Los textos aquí incluidos transcurren en la zona de nadie entre ambas antinomias, en esa turbia y ambigua región donde es imposible determinar si lo que ocurre conducirá al éxtasis o al horror. En ello, quizá, se asienta una parte importante de la fascinación que generan.



Notas:

1 - El término proviene del griego seirén. Algunos lingüistas han tratado de vincularlo con el sustantivo seirá, que vale por cadena o atadura; así, sirena significaría la que encadena o la que ata. Pese a su atractivo, la etimología no posee mayores pruebas que la relativa similitud fonética, por lo que otros lingüistas han propuesto que el término pudo haber sido adquirido por el griego a partir de algún idioma mediterráneo previo y no identificado.
2 - Buenos Aires: Imprenta de La Tribuna, 1877.
3 - Castellón: Imprenta y Librería de José Armengot, 1895.
4 -Barcelona: Antonio López Editor, s/f. Gracias al recorrido por las reseñas en la prensa de la época, he podido determinar que el año de edición fue 1896.
5- París: Garnier Hermanos, 1900.
6 - Buenos Aires: Imprenta de La Nación, 1908. El primer capítulo del cuento apareció en Caras y Caretas el 15 de febrero de 1908, bajo el título "Una sirena en Mar del Plata" y el seudónimo Mario Delcos.
7 - Buenos Aires: Librerías Anaconda, 1933.
8 - Buenos Aires: Edición del autor, 1934.
9 - Buenos Aires: Molly y Laserre Editores, 1936.
10 - Buenos Aires: Metrópolis, 1937.
11 - Buenos Aires: Claridad, 1940.
12 - Buenos Aires: Ediciones Proa, 1995.



SUMARIO


Carlos Abraham. Introducción

Miguel Cané. "El canto de la sirena"
Giovanni Alfredo Cesareo. "Sirena"
Catulle Mendès. "Tristeza de las sirenas"
Joaquín Aliaga Romagosa. "La sirena"
Emilio Fernández Vaamonde. "La sirena"
Paul Yves Sébillot. "La sirena de la Fresnaye"
Carlos Octavio Bunge. "La sirena"
Arkadi Avérchenko. "La leyenda del viejo lago"
Luis María Jordán. "Una historia extraordinaria"
José Mora Guarnido. "Los siete pescadores y la sirena"
Azorín. "Las sirenas"
Franz Kafka. "El silencio de las sirenas"
María Celina Neyra de Sala. "La experiencia del profesor Howard"
Bernardino Rivadavia. "El centinela"
Carlos Abraham. "La muchacha esmeralda"





1 comentario:

  1. ¡Excelente muestra de tu minuciosa investigación y tu particular estilo para agotar un tema de los de tu preferencia! Muy acertada la selección de textos en el libro..., como de costumbre. ¡Felicitaciones!
    CMF

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