Cuarta entrega:
Cuentos desconocidos
Eduardo Ladislao Holmberg
Copilación, estudio preliminar
y notas:
Carlos Abraham
ESTUDIO PRELIMINAR
Eduardo Ladislao Holmberg
fue el autor más relevante de la literatura fantástica argentina del siglo XIX.
Las razones son muchas: la continuidad de su producción (que abarca desde 1875
a 1915), su carácter precursor, su calidad estética y su rol como fenómeno
cultural (en él confluyen y se articulan casi todas las corrientes de
pensamiento de su tiempo, como el positivismo, el darwinismo y la teosofía).
Nacido en Buenos Aires en
1852, era nieto de Eduardo Kannitz, Barón de Holmberg, quien llegó a nuestro
país en 1812 y participó en la Guerra de Independencia. Pasó su infancia en una
quinta de Palermo, donde la colección botánica de su abuelo (que había hecho
traer especies africanas y amazónicas desconocidas hasta entonces en nuestro
país) determinó su interés por la naturaleza. Otra influencia temprana pudo
haber sido su encuentro con el naturalista y explorador inglés James Tweedie:
éste lo impresionó a tal punto que nuestro escritor, que sólo contaba por
entonces cinco años, esbozó al lápiz su rostro con el fin de no olvidarlo.
Debido a que por aquel tiempo no existía una carrera universitaria dedicada a
las ciencias naturales, ingresó en 1872 a la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires, con la finalidad de que el estudio de la anatomía
humana (y de sus procesos fisiológicos) le proporcionara una formación similar.
Nunca ejerció, pues como he indicado esa profesión no constituía su centro de
interés.
La mayor parte de su
bibliografía está dedicada a la naturaleza. Entre sus trabajos sobre botánica,
destacan Ojeada sobre la flora de la provincia de Buenos Aires (1883), Clave analítica
de las familias de las plantas (1893), Repertorio de la flora argentina (1902)
y Botánica elemental (1909). Entre los que versan sobre zoología, Arácnidos
argentinos (1876), Fauna de las sierras del Tandil y de la Tinta (1884) y Fauna
de la República Argentina (1898). Buena parte de estas obras contiene
información de primera mano, obtenida en viajes de exploración por distintas
regiones del país. El primero fue realizado en 1872, bajo el patrocinio de la
Sociedad Científica Argentina: visitó Bahía Blanca y la aún ignota Río Negro,
recolectando numerosos especímenes que fueron donados al Museo Nacional de
Buenos Aires. En los años siguientes estas travesías se multiplicaron con una
periodicidad casi anual. Holmberg capitalizó esta actividad cultivando el
género de la literatura de viajes, una moda de su tiempo. Algunos textos
aparecieron en folleto, como La sierra de Cura-Malal (1884); otros, en
publicaciones científicas, como Una excursión por el río Luján (1878) y Viaje a
Misiones (1887). Un ameno resumen de sus métodos, escrito para instrucción de
las nuevas generaciones, es El joven coleccionista de historia natural en la
República Argentina (1905).
También merece destacarse
su desempeño como director del Jardín Zoológico de Buenos Aires entre 1888 y
1903. En su gestión se mudó a su actual emplazamiento, los árboles fueron
plantados según el sistema de parque francés, se instalaron frisos del escultor
Lucio Correa Morales y se adquirió fauna de diversas regiones del globo. Él
mismo diseñó los recintos de los animales, procurando que tuvieran la
arquitectura típica de la región de que provenían (gótica en el caso de los
osos, árabe en el de los dromedarios, etcétera). Fue dado de baja al no
permitir el acceso en carruaje al recinto, lo que molestó a algunos
funcionarios que tenían esa costumbre.
Se jubiló en 1915, lo que
no impidió que siguiera dedicándose a la ciencia: en 1916 fue expositor en el
Primer Congreso de Naturalistas Argentinos, realizado en Tucumán, donde expresó
su satisfacción por haber sido el primer argentino en enseñado Historia
Natural, y el primero que, en sus clases, se valió de ejemplos argentinos”. Sus
últimos años fueron silenciosos, debido tanto a los achaques de la edad como a
la tristeza por la muerte en 1929 de su hijo Eduardo Alejandro. Falleció en
1937.
La literatura, en buena
parte de los autores de la Generación del Ochenta, era una actividad
adventicia. No existía un mercado literario que permitiera la
profesionalización del escritor, por lo que era imperioso dedicarse a un
trabajo de tiempo completo que permitiera ganar el sustento. Con Holmberg
ocurrió lo mismo: sus textos literarios son muy inferiores en número a los
científicos. Sin embargo, existe una diferencia respecto a sus contemporáneos.
En éstos (como Cané, Wilde, Cambaceres) no había vínculos visibles entre la
labor artística y la labor cotidiana, que parecían pertenecer a mundos
separados. En Holmberg, existe un elemento común entre ambas: la divulgación
científica. Como ensayista, no se especializó en un área determinada del saber,
sino que abarcó temas diversos de un modo general y sencillo, apto para el
consumo por parte de un lectorado amplio. Como narrador, trabajó problemáticas
científicas dentro de tramas ficcionales, en un intento de reproducir la máxima
verniana de “instruir deleitando”, de difundir los recientes descubrimientos
mediante el ropaje ameno de la literatura. Además, el narrador tenía mucho del
científico, y el científico (como puede verlo quien recorra su obra de
biología) mucho del narrador.
La literatura de Holmberg
abarcó géneros variados. El principal fue la ciencia ficción, algo esperable
debido a su formación científica, e integrado por las novelas Dos partidos en
lucha (1875), donde aparece una polémica entre creacionistas y darwinistas;
Viaje maravilloso del señor Nic-Nac (1875), donde un viaje a Marte permite la
descripción de una sociedad hiperdesarrollada; El tipo más original (1879),
donde el personaje principal es un científico tan extravagante que parece
sumido en la locura; y por relatos como “Horacio Kalibang o Los autómatas”
(1879), sobre un fabricante de robots, y “Filigranas de cera” (1884), sobre la
posibilidad de recuperar los sonidos que han quedado grabados en el cerumen de
los oídos, como se grababan los sonidos en la cera de un fonógrafo. También
cultivó la literatura fantástica (“El ruiseñor y el artista”, “La pipa de
Hoffmann”), el relato policial (“La casa endiablada”, “La bolsa de huesos”), el
relato sentimental (“Clara”, “Boceto de un alma en pena”) y el humor (“San
Bismo”, “Hurones y comadrejas”), este último dotado por lo general de un toque
costumbrista. En su madurez, este abanico se amplió aún más con la publicación
de Lin-Calel (1910), extenso poema de cuño indigenista.
Si bien en las últimas
décadas han aparecido libros que han rescatado la producción literaria de
Holmberg, aún quedaba un puñado de relatos perdido en las páginas de olvidados
periódicos y revistas literarias, y que no figuraban en ninguna bibliografía. El
presente libro, producto de un largo trabajo de rastreo, trae a la luz esos
textos, que no desmerecen de la producción ya reeditada.
El primero es “Vesperus”,
una prosa poética aparecida en la revista Buenos Aires Ilustrado.(1)
Se trata, probablemente, de un fragmento tomado de uno de sus numerosos apuntes
de viaje.
Le siguen dos relatos
provenientes de un pequeño volumen titulado Norah(2),
púdicamente firmado con los seudónimos Juan Brant, E. C. Laghar y René Pradier,
que escondían respectivamente a Eduardo Ladislao Holmberg, Antonio Galarce y
Carlos Correa Luna.(3)
Holmberg fue responsable de “En el bosque”, de tema oriental y perteneciente al
género maravilloso, y de “Caperucita negra”, una dolorosa crónica de la pobreza
urbana, al estilo de Dickens.
En su madurez, Holmberg
se volvió un asiduo colaborador de revistas ilustradas porteñas como Fray Mocho
y Caras y Caretas, alternando entre el fantástico y el realismo costumbrista.
Al ser publicaciones que buscaban textos breves y de alto impacto, los relatos
de Holmberg aparecidos en ellas difieren en gran medida de su obra anterior,
poco constreñida por exigencias editoriales. Las digresiones son escasas o
directamente nulas, el estilo se torna conciso y hasta pulido, la trama
progresa en intensidad hasta un clímax final y hay énfasis en el uso del humor.
En Caras y Caretas
aparecieron “Porque se fija y observa”(4),
una viñeta costumbrista sobre la viveza criolla y la ingenuidad de los
inmigrantes; “Una pieza única”(5),
sobre el tema de la locura; “Incomprensible”(6), una mordaz sátira sobre
la política de provincias; “Por el aire”(7), que aborda el tema de
la telepatía, y “Ioióla”(8),
que combina una trama científica con una sentimental, y que posee ciertas
reminiscencias del célebre “La bolsa de huesos”. En Fray Mocho vio la luz “La
serenata de Hammerholz”(9),
parodia de la música figurativa (que buscaba reproducir, con los instrumentos,
sonidos como el canto de los gallos o el fluir de las aguas de los ríos) y del
hecho de que el público porteño de la época se mostrase extasiado ante obras en
lenguas extranjeras, ya que al desconocer su significado no podían darse cuenta
de su contenido pedestre.
El volumen se completa
dos textos misceláneos aparecidos en Caras y Caretas. Uno es el ensayo “La
evolución del tipo humano”(10),
sobre la futura conformación física de nuestra especie; lo he incluido debido a
la cercanía de sus especulaciones con las de la ciencia ficción. El otro es la
entrevista “Vida admirable de un sabio argentino”(11),
realizada por el periodista Carlos Ernesto Mangudo, y que constituye un testimonio
de primera mano sobre la vida íntima del autor.
Este grupo de textos es
un valioso agregado al vasto conjunto de la obra de Holmberg, ya que expone la
variedad de registros de su pluma, que sin embargo nunca prescinde de la
inteligencia y del humor.
1 Volumen I, pág.
91. Buenos Aires: Imprenta de Jacobo Peuser, 1892.
2 Buenos Aires:
Imprenta “La Buenos Aires”, 1899.
3 Remito a la
reseña aparecida en La Nación el 26 de marzo de 1899.
4 Nº 337, 18 de
marzo de 1905.
5 Nº 364, 16 de
septiembre de 1905.
6 Nºs 437-441, 16
de febrero - 16 de marzo de 1907.
7 Nº 579, 6 de
noviembre de 1909.
8 Nº 639, 31 de
diciembre de 1910.
9 Nº 5, 31 de mayo
de 1912.
10 Nº 475, 9 de
noviembre de 1907.
11 Nº 1500, 2 de
julio de 1927.
SUMARIO
Carlos Abraham:
Estudio preliminar
Vesperus
En el bosque
Caperucita negra
Porque se fija y
observa
Una pieza única
¡Incomprensible!
Por el aire
Ioióla
La serenata de
Hammerholz
La evolución del
tipo humano
Vida admirable de
un sabio argentino